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Domingo 6 de Enero de 2019: Día de Reyes, Invierno europeo.
Los ocho grados de esta mañana se hacen sentir: manos heladas, boca seca y baldosas frías. El Jardín de Safo, es una de las plazoletas escondidas que hay en el barrio de Sants, en Barcelona. 

Las personas pasan y pasan, y cada tanto, se escucha “clan”.  Es el ruido de la moneda que golpea contra un recipiente de metal. La respuesta no tarda en llegar: “Gracias, por favor, gracias”. Es Sábado 23 de Marzo de 2019. Son las 10.30 de la noche, hoy la recaudación del día no llega a 1€.  

La música de su teclado electrónico suena a cualquier hora del día. La cuestión no es poder oírla sino saber escucharla. Quien sepa interpretar su melodía, será arrastrado hacia sus sentimientos.  Sólo es cuestión de animarse a romper con los prejuicios y así derrumbar el fenómeno de la (in)visibilidad. 

  Jesús no habla, se aleja. Quita de su carro, un gorro negro con dibujos de calaveras y empieza a tocar el teclado electrónico. Se muestra sensiblemente emocionado. Sorprende su calma ante la situación que no ha comido en todo el día. Deberá esperar al cierre del supermercado donde -por suerte- le hacen entrega de aquellos productos que lejos de sobrar, les hace falta a tantas personas sin techo de la Ciudad Condal.

Su nombre es Jesús Vázquez Alonso, tiene 60 años. Hace dos décadas que vive en las calles de Barcelona. Su música y una bicicleta con un carro de supermercado es todo lo que tiene. Su rutina es la misma de siempre. Sin importar el día ni el clima: desde las 9 de la mañana hasta la hora del estómago (haber podido comer) Jesús está sentado esperando “el milagro”. Esto es, juntar cuántas monedas pueda para tomar un café con un bocadillo. 

Es Jueves 28 de Marzo de 2019. Son las tres de la tarde. Guiño del destino, Jesus revelará parte de su historia. Sus ojos están pequeños, sus manos son grandes y sus dedos anchos. Cuenta que lleva tres anillos que reflejan el compromiso con su mujer. El amor de su vida murió hace un año y medio y, desde entonces, cree que el sonido del teclado la acercará más a ella.  

De repente, se sube a su bicicleta, parece marcharse. Retira su barba blanca para mostrar la cruz de Dios que lleva en el pecho: se la besa y, en ese momento, la luz del sol ilumina toda la escena. Él se retira, pedaleando, mirando el cielo. 

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